sábado, 8 de diciembre de 2007

A Cat Is A Cat Is A Cat.



Los gatos siempre fueron importantes. Al principio fueron una casualidad que se transformó en elemento fundamental. Hasta ese momento yo no había tenido conciencia de que me gustasen tanto. O de que esa preferencia formase una parte tan importante de mi personalidad. Quizás solo hacía falta la confirmación espejada, como tantas veces.
Lo primero que recuerdo es fantasear con departamentos con gatos, libros y música. Hasta el día de hoy no tengo un departamento, aunque si gatos, libros y música. Muchas personas han acariciado a mis gatos (a pesar de su tendencia a esconderse), mis libros han sido prestados, mis discos casi no me importan, pueden ser regalados a todo el mundo.
Luego recuerdo quejas por no tener gatos, la falta de una bola de pelos que te deje heridas minúsculas, poco dignas de un héroe de leyenda, y que se dedique a ocupar el lugar más incómodo de la cama. Recuerdo el compartir felinos cual píldoras de la felicidad. Recuerdo el antiguo saco de huesos de mi gata más vieja y más querida, durmiendo entre las piernas, una dulce incomodidad blanca, negra y gris.
Luego recuerdo su muerte, mientras yo viajaba en búsqueda de algo mas importante que se balanceaba en la punta de una guadaña. En su momento me pareció natural y justo, 16 años era mucho tiempo cazando cucarachas, pájaros y pequeñas frutillas de plástico. Ahora recuerdo su compañía mientras estudiaba con la mente a 1300 kmts y pienso que entendía todo y ella también pensaba en su viaje simétrico.
Los recuerdos más frescos se imprimen en la mente como revelaciones escritas con fuego en medio del desierto. Un gato siamés, pequeño, escuálido, encantador. No suelen gustarme los gatos demasiado flacos, pero a ella la quise y aprendí a amar su manera perceptiva y elusiva de dar cariño (aunque todos los gatos son perceptivos y elusivos, infinitamente misteriosos, ella parecía tener una antena y una sirena en su cabeza, consolandonos con sus patas acolchadas.)
El más reciente es delicado, sutil y silencioso. Una cama sorprendentemente cómoda y la conciencia constante de que hay un animalejo precioso, que recién aprende a moverse por el mundo y al que no debo aplastar bajo ninguna circunstancia. Y, a pesar de ello, una noche de enorme paz y descanso, en la que el evanescente felino permitió abrazos y protección de mi cuerpo-radiador, nervioso con la fuerza de un millón de soles.

(La foto pertenece a Pablo Masino, fotógrafo extraordinario).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encantó esto.. me fascinan los gatos.